De la naturaleza de Dios. La respuesta.

Derecho a réplica.
(Vakitano city (Roma)).-

Con motivo de la publicación del extraordinario documento “La Creación”, firmado por el desconocido sabio andalusí Abdul Al-Abim Al-Abán Al-Abim Bombán, hemos recibido en nuestra redacción un número indeterminado de cartas (en realidad sí que está determinado: una) refutando, protestando, aireando trapos sucios, discutiendo, calumniando, difamando y maldiciendo, las originales propuestas que el erudito hacía acerca de sus investigaciones sobre el Origen-de-Todo y el Por qué-de-todas-las-cosas. 
No contentos con los documentos gráficos, con el abrumador reportaje de video, los reclamantes desechaban las insólitas aportaciones de nuestro sabio, tildándolas de banales, baladíes y poco serias. Por todo argumento esgrimían los estudios filosofo-teológicos de un demencial estudioso vasco, llamado Josu Positorioenvena (sic), acerca de la naturaleza de Dios y de la pregunta ¿qué fue primero, el huevo o la gallina?.
Partiendo de una postura plural y abierta, y reconociendo que puede haber divergencias entre lo sostenido por este sabio y las declaraciones del propio Eukelele (o sea, el auténtico Dios); ofrecemos a nuestros lectores un fragmento de los sesudos estudios del filosofo-teólogo, para que podais formaros vuestra propia opinión al respecto y como muestra de los diferentes resultados que ofrecen dos formas distintas de buscar el conocimiento; el método directo y expeditivo de la observación con vocación científica, versus el método indirecto y  contemplativo de la introspección y la reflexión filosófica (ahí queda eso):

“De la naturaleza de Dios:

Aparentemente, según consta en antiguos legajos y cronicones vetustos, la idea de que el huevo precede a la gallina fue expuesta por primera vez por Sir Charles Darwin Domínguez (erudito sabio inglés de ascendencia soriana, que siempre ocultó su procedencia hispana movido por un pertinaz y confuso sentimiento de vergüenza ante la idea de ser asociado al país de los toros, las castañuelas y ¡oh, cielos! a la patria de “el Fary” y “Chiquito de la Calzada”). 
Citando a su principal biógrafo, Norman Ciano, Sir Charles expuso en su obra “Naturaleza bioquímica de los Calostros” (Oxford, 1845) la revolucionaria idea de la primariedad del huevo frente a la gallina. 

-El huevo -cito textualmente -como medium generativo, precede en varios cientos de millones de años a la aparición de la primera gallina sobre la tierra. Así, en los diferentes “fammilia” de la división taxonómica del Reino Animal, es posible encontrar restos y presencias de la utilización del huevo, prácticamente desde los albores del desarrollo de la vida en el planeta. El Supremo Creador, en su incognoscible grandeza, decidió dotar a algunas de sus criaturas de un “sistema automantenido de soporte madurativo de embriones”, frente a otros sistemas, acaso más rudimentarios, que precisan del concurso de una “madre” que alimenta y sostiene el desarrollo del parásito o nuevo ser hasta su completa maduración-.

-¿Es posible imaginar” -continuaba el sesudo sabio -forma más repugnante de perpetuación que aquella utilizada por los vivíparos, con sus asquerosas implicaciones de chorreos amnióticos, penetraciones y expulsiones por los canales más extravagantes, placentas y emisiones diversas; frente a la virginidad inmaculada, estéril, pulcra y elegante de los huevos?-.

Dijo Abdallah Hassan Al-qasshoffa que el propio Ser Primigenio y Generador, es decir Dios, es un huevo.

Citaba en apoyo de su afirmación dos versículos de una edición apócrifa del “Liber Feculorum” atribuidos a un oscuro y anónimo monje vietnamita llamado al parecer Ang-Inadé-Petchow, que habría vivido en Calatayud entre los siglos XII y XIII de nuestra era. Los versículos citados eran los siguientes:

“(Ilegible en el original)...que si el Mismo Generador no fuese un huevo...(a continuación un símbolo intraducible)...debería importarnos un huevo.”
Caja sin cerrojo, llave ni tapa...(esta parte del pergamino está parcialmente destruida)...que dentro un tesoro dorado guarda”.

Siguiendo estas afirmaciones, Dios tiene la obligación de ser un cuerpo de contorno elipsoidal o esférico compuesto de una cobertura exterior cuya dureza puede oscilar entre los grados 0 y 4 de la escala Knorr, de color blanco (aunque se admiten diversos grados de pigmentación mimética) y parcialmente lleno de una sustancia albuminosa rica en elementos esenciales, ácidos grasos poli y mono insaturados, hidratos de carbono y agua; que precisa de una temperatura estable superior a los 303 grados Kelvin para permitir el desarrollo del ovocito fecundado que, sin duda alguna, contiene.

Responder a estas afirmaciones con la fácil presunción de que, siendo superior a los mismos dioses, el Supremo Creador no tiene obligación de nada, es caer en una contravención inicial de concepto. Citando a Mildred Roper (Roper, M.; “Aproximación doméstica a la cosmogonía fecular”, Cambridge, 1977), desde el momento en que Dios, el Supremo Ente, es percibido (incluso por él mismo), queda atrapado en un molde perceptual, sujeto a unas leyes no modificables, en tanto y cuanto no varíe la naturaleza de sus perceptores. De ello se deduce que, necesariamente, Dios tiene la forma y características especificadas en el párrafo anterior.
El hecho incuestionable de que Dios no es esférico ni ovoide, ni tan siquiera remotamente regular, no disminuye un ápice la veracidad y contundencia de dicha obligación.

Continuando:
El conocido apóstata y fontanero argentino Jorge Luis Forges, autor, entre otros desatinos, de la mítica “Enciclopedia de la Fécula”; señaló una vez que existen dos únicas circunstancias que, de darse, exigirían la presencia lógica de un Ente Creador (sin que resultase pertinente la voluntariedad o no del acto en sí de la creación), para la correcta comprensión del Cosmos.
La primera sería la existencia del citado Ente Creador. -Si existe -señalaba Jorge -lógicamente hemos de tener en cuenta su presencia. No hacerlo, además de una discordancia lógica, sería una tremenda descortesía hacia el Ente al que debemos nuestras miserables y desgraciadas existencias- (no atravesaba una buena racha cuando escribió esto el bueno de Forges, no).
La segunda, sería la no-existencia del citado Ente. -Si no existe, tenemos igualmente la obligación lógica de admitir su presencia, en un humilde tributo a la grandeza de un Ser que, pese a haber dado origen a todo lo conocido, no se toma la molestia de existir por que no le hace ninguna falta-. 
De hecho, para Forges (Forges, J. L.; “De la grandeza de Dios y de su modestia”. Montevideo 1924), esta segunda posibilidad es la única aceptable, pues la primera supondría que el Ser Creador necesita existir. Esta necesidad supondría una limitación a la naturaleza de un Ser Ilimitado y por ello una inferencia alógica. De ello se deduce que Dios, no existe.

El hecho incontestable de que no sólo Dios no es ni remotamente parecido a un huevo y de que está ahí presente para cualquiera que tenga ojos para ver, no disminuye un ardite la contundencia y racionalidad del argumento y, por ende, de su inexistencia.

En resumen, Dios es un huevo que no existe.

Recapitulando:
Conforme penetro en los misterios que rodean el origen mismo del Cosmos Fecular en intento vislumbrar con mi pobre inteligencia, las magníficas realidades que están implicadas en Dios, mi asombro aumenta de forma exponencial, decuplicando su intensidad con cada nuevo avance que realizo en el campo de la Feculología.
Su Ilustrísima, el reverendo Obispo de Cracovia, Monseñor Abdul Haroun Ibn-Albaida, autor de la monumental (y tediosísima) “Cronicae Feculorum Principia Mathematica”, señalaba en el capítulo 34 del volumen XXVII de dicha obra que -El ladrillo mismo del Universo, el hilo de su tapiz, el grano de arena de su playa no es el átomo, ni el protón, ni el quark; pues, por diminutos que sean estos constituyentes  de la materia descritos por los físicos a los que la Inquisición no ha quemado aún, ellos mismos están compuestos a su vez de la sustancia matriz del Cosmos: la fécula sutil e indivisible-.
-Pero -señalaba el anciano obispo -inclusive la propia fécula, al participar de la naturaleza del Ser Creador, está compuesta en sí misma de éste. De esta forma, la urdimbre del universo, el más ínfimo de sus constituyentes, el elemento más insignificante e indivisible de la propia realidad es el propio Ser Creador-. 

De ello, Anton Nisson, fabricante de juguetes checoslovaco e inventor de la renombrada “Crema Anti-Edad Feculosa”, deducía que el Ente Primigenio, esto es Dios, además de ser un huevo inexistente, era la cosa más ínfima e insignificante que se pudiese concebir.

El hecho indiscutible de que Dios no es un huevo inexistente, y de que su grandeza y magnificencia llenan el Cosmos Infinito, no alteran esta verdad incuestionable: Dios es la cosa más insignificante y despreciable que se puede concebir.

Así pues, recomencemos:
Una vez más, el curso de mis investigaciones tropieza con un callejón sin salida, un muro, un obstaculo insalvable que mi mente es incapaz de sortear. La pregunta es esta:

-¿Cuál es truco para lograr que, siendo Dios como es un huevo inexistente, absolutamente insignificante y despreciable, todo el mundo (incluso Él mismo) lo percibe como si fuese un Ser Magnífico y radiante, superior en gloria a los mismos Dioses, involuntario creador del Cielo y de la Tierra y de todo cuanto existe?, o lo que es lo mismo, en otras palabras...

¿Cuál será el nombre, los apellidos, la dirección postal, el e-mail y el número de teléfono-fax de su asesor de imagen?-



(de la revista "Again with the Blues",  nº 16, febrero de 1999)

Comentarios

  1. Alucino con la forma de llegar a tan genial conclusión!!!! eso sí, la he leido entre risas y con lagrimas asomandose a los ojos, igual no lo he pillado:
    antes el huevo? dios es un huevo? pero no existe, por su humildad y modestia?
    Es una teoría tan genial que tiene que ser cierta :-)))))

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  2. Estimada Lili:

    Tan cierta que ciertamente acierta...

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