Obras maestras de la literatura universal III.

Es primavera, amiguitos y amiguitas. Un año más (que no para siempre).

Quisiéramos desde estas páginas invitaros a pensar en todo lo que esa palabra puede o ha podido significar para vosotros.
Primavera. 

Brotes que no pueden aguantarse un minuto más, mientras la sangre y la luz laten y empiezan a plantear calladamente sus exigencias, etc, etc.

Por ello, rebuscando entre los pringosos legajos que tapizan nuestros aposentos, entre los restos momificados de antiguas pizzas de civilizaciones perdidas, desempolvamos de nuevo a uno de nuestros más queridos e internacionalmente ignorados autores: Chuan-Che...
 
Intentado impregnarse de espíritu romántico (según sus biógrafos, en sus desaforados esfuerzos por impresionar a una moza particularmente agraciada que tenía de vecina), Che consiguió varias hojas de papel artesano, una pluma de ganso auténtica, un par de frascos de tinta, lacre y un sello con sus iniciales; tras lo cual comenzó a tomar láudano y a escribir una larga serie de poemas “terriblemente atormentados”, "en los que desnudo las llagas de mi alma sangrante, herida de espinas y de rayos", según confesaría más tarde ante el magistrado encargado de reconstruir los hechos, D. Felipe Dóphilo, poco antes de su ingreso en el siniestro "Arkham Asylum".

La cosa hubiese podido quedar en el mero detalle anecdótico de no ser porque, asímismo, nuestro amigo, comenzó a rehuir la luz del sol para mostrar un cutis pálido y enfermizo; empezó también a vestirse con trajes oscuros, a pasearse por viejas ruinas con aire lánguido, a cultivar unas ojeras cárdenas y tristes y a emitir quejumbrosos y fantasmales suspiros en los momentos más inusitados, para sobresalto de amigos y conocidos. 

En vez de parecerse a Bécquer, Lord Byron o a Espronceda, Chuan-Che logró una asombrosa semejanza con Lydia, la amiga de Bitelchús (es de suponer que las minifaldas negras, las medias de rejilla y las grandes pamelas oscuras, en contra de lo que cabría esperar, le sentaban demasiado bien). 

El clímax de esa orgía romántica llegó cuando, llevado de la desesperación existencial, el poeta intentó pegarse un tiro en la sien. Por suerte para la posteridad, el pegamento empleado era bastante malillo, por lo que el tiro se despegó a los pocos minutos y cayó al suelo sin mayores consecuencias. 

Fruto de ese episodio creativo tan intenso, han llegado hasta nosotros obras como “Miseria y destrucción”, "tormentos y tormentas de la tormentosa tortura",La revelación del secreto de la amada difunta”, “La atroz tortura de la Inquisición Medieval”, "La canción del cementerio" y la obra que os ofrecemos hoy (principalmente por que es corta), la afamada...




Canción del pirata.

Mandando alevoso el mar océano,
su rumbo firme y sin guiarse
ni de sol ni de luna ni de estrella,
en las costas y en las playas de la Muerte 

alza la voz enorme, que resuena.

Bajo el sol abrasador, cruel e inclemente
(dejada de la mano de los dioses)
en la luz cenital y en las arenas,
se blanquea su olvidada calavera.

Ya no es nada, ni fue, ni nunca ha sido...
en las ansias de poder y del tesoro...
Puro cuento, una leyenda, perseguido
convertidos en fantasmas sin cabeza.

El dolor que en su vida provocaron
y el gritar primitivo de las bestias
es silencio. Nada queda. Solo el claro
lamento de la mar que les espera.”


Lo que no hemos podido saber es si ligó o no con su vecina...







(Adaptado de la revista "Again with the Blues" Mayo del año 2000).





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