La forja de un filósofo.

Sucedió, queridos amiguitos, amiguitas, en aquel lejano entonces, cuando Chuan-Che aún se llamaba  Oye tú, mocoso; que su familia y él vivían en una pequeña casita, en todo idéntica a otro montón de pequeñas casitas que se hacinaban en torno a la ciudad de Wa-shu-rah. 

Todas aquellas chabolas eran tan iguales, desde los trozos de madera de las paredes, hasta los plásticos que hacían las veces de techos, que el pequeño Oye tú, mocoso tenía serias dificultades para encontrar la suya cuando volvía, junto con los demás niños, de su trabajo de dieciséis horas diarias en una cercana fábrica de zapatillas deportivas de marca destinadas al mercado americano.

Nueve o diez de cada diez veces se equivocaba de chabola y entraba en otra que no era la que le correspondía, de donde solía salir a empellones, entre soeces improperios, mordisqueado por los perros o perseguido por los legítimos dueños del lugar. 
Pero eso era algo a lo que nuestro niño estaba acostumbrado, de manera que, tras varios intentos, lograba dar con su casa y allí se quedaba, junto a sus diecinueve hermanos y hermanas. Esa era su rutina y su forma de vivir, cosa que no le disgustaba tanto como podéis imaginar, puesto que no conocía otra. 
Al menos hasta el día que entró en la choza de Lí-si-nah.

La Dama Lí-si-nah que era una anciana muy simpática y muy, muy sabia; vivía en una chabola exactamente igual que la de Chuan-Che, pocos metros callejón arriba, por lo que no es de extrañar la confusión. Y hubiera sido una confusión más, perdida en un maremágnum de despistes similares de no ser por dos hechos singulares:

El primero fue que, por primera vez en sus seis años de vida, Oye tú, mocoso no fue arrojado al arroyo con cajas destempladas, sino que pudo escuchar una voz que le dijo: 

-Creo, niño, que te has equivocado de casa-. 

Cuando nuestro héroe dirigió la vista hacia la propietaria de la voz que tan tranquilas palabras modulaba, se encontró con la mirada amable de Lí-si-nah, la cual, redondeando lo inusual en un gesto claramente extravagante en aquel lugar...¡sonrió!. 
Chuan-Che no tenía muy claro el porqué aquella señora le enseñaba los dientes, pero el gesto no se le antojó amenazador, de modo que no sintió miedo, sino una especie de calmada intriga.

El segundo hecho es que, cerca de la puerta, para que recibiera abundante luz; metida en una vieja lata, Lí-si-nah tenía una planta. 

No era una planta cualquiera. 

Era un vigoroso y sano ejemplar de un raro arbusto chino, conocido desde hace miles de años con el nombre de K’waï, famoso por las propiedades psicotrópicas y alucinógenas de sus hojas y, por ello, prohibido su cultivo y perseguido como atentado al monopolio del Estado. 

¿Por qué la Dama cultivaba el arbusto en su humilde choza?. 

Bueno, aparte del hecho de que no disponía de terreno para hacerlo; de que si hubiera dispuesto del mismo, la ley no se lo permitía y de que era pobre, la Dama cultivaba el arbusto estrictamente para su consumo personal (lo cual puede explicarnos, quizá, la sonrisa y la afable tranquilidad espiritual con que recibió la inesperada irrupción del niño)

Oye tú, mocoso no tenía conocimientos de botánica, herboristería o psicofarmacología, pero sí que, como filósofo en ciernes, tenía una cierta sensibilidad estética innata. Y el arbusto K’waï, casualmente, estaba en aquellos días en plena floración. 

No tiene unas flores particularmente estrambóticas –nada complicado, como los lirios o las orquídeas- pero las que tiene; pequeñas, blancas, delicadas, pueden sin ningún esfuerzo llamarse bonitas. Y además está el aroma. 

Fragante, dulce, ligeramente hipnótico, el perfume del K’waï contrastaba con el hedor de albañal abierto de las calles y las chabolas, como contrastan la Bella y la Bestia, Laurel y Hardy, Tom y Jerry, Popeye y Rosario, Pedro Picapiedra y Pablo Mármol... En otro lugar cualquiera, sin duda hubiera llamado la atención, pero allí... allí resultaba sublime. 

Y nuestro amigo se quedó encantado.

Y ese es el comienzo de nuestra historia. Casi sin darse cuenta, Chuan-Che comenzó a acostumbrarse a acudir al cuchitril de Lí-si-nah. Allí no hacía gran cosa, salvo mirar cómo se abrían las flores y deleitarse unos instantes con su aroma; en lo más parecido a un jardín que hubiese encontrado en sus cortos años de vida (de la fábrica de zapatillas a la chabola, Oye tú, mocoso tenía que atravesar un vertedero de residuos industriales, los depósitos de carbón de la “Chinese Steel & Corp.” y las vías del ferrocarril Wa-shu-rah – Pekín – Macao). 
A veces, con cuidado de que no le viesen los vecinos, entreabría la cortina mugrienta que hacía las veces de puerta y dejaba que el sol alimentase la planta. La Dama Lí-si-nah no hizo demasiado caso a las apariciones del menudo muchacho. Una vez que se aseguró de que no pensaba robarle el arbusto, dejó de interesarse por él, sumida en los ensueños que le llegaban con cada bocanada del humo azulado, denso y aromático de las hojas del K’waï. 

Casi, casi podríamos afirmar que Oye tú, mocoso y la pequeña planta se habían hecho amigos... 

¿Por qué si no el pequeño arbusto parecía perfumar el aire con más ganas cuando se acercaba la hora en que el niño regresaba del trabajo? ¿Por qué si no el cansancio parecía haber desaparecido de los pies del chiquillo al esquivar a los vagabundos y saltar los charcos tóxicos del extrarradio hacia el infecto cinturón de chabolas que aquellas gentes llamaban hogar?. 

Hay quien dice que eso no es posible; que una planta y un ser humano no pueden ser amigos bajo ningún concepto. Que las plantas no pueden sentir y todas esas cosas. No podemos decir nada más al respecto y dejamos el asunto para que juzguéis vosotros mismos... 

(Pero si sois algo escépticos al respecto,  no os contaré nada acerca de mis relaciones con un acebo que crece en mi jardín. Al menos no os contaré nada gratis. Siempre podéis suscribiros cómodamente en la página www.sexpinacas.com, en la que encontrareis 24 horas de video en vivo, miles de fotografias y chats individuales con las más ardientes representantes del reino vegetal)

Mas la tragedia (sí, la tragedia. La primera tragedia en la hasta entonces inocente vida de nuestro amiguito -si descontamos la explotación laboral, el hambre, el hacinamiento y otras menudencias puramente físicas, claro-) se mascaba en el horizonte, apenas imaginada por el chaval. 

¿Qué podía él saber acerca de las fuerzas crueles que el Destino esquivo gusta de desatar contra los pobres mortales? ¿Qué podía su mente infantil imaginar acerca de las subterráneas corrientes del pensamiento adulto? ¿Qué sabía él acerca del inevitable aumento del desorden y la entropía en el cosmos? (pues nada, corcho: el chico no tenía aún seis años y ni siquiera conocía la palabra escuela).

Para ser justos con todos, hemos de señalar que el muchacho llevaba unos días raro. En vez de llegar como de costumbre agotado, desplomándose sobre su sitio en el único jergón familiar; llegaba más tarde, inusualmente calmo y descansado. En vez de llegar como habitualmente, taciturno y silencioso; sus dientes brillaban a través de un extraño rictus en su rostro: ¡una sonrisa!. La madre de Chuan-Che conocía las sonrisas por que una vez había visto una en un cartel anunciador de una pasta dentífrica y alguien había conseguido calmar su espanto explicándole lo que significaba aquella mueca. En vez de llegar como siempre, sucio, mugriento y con su natural aroma a humano sin lavar; el chico traía las manos limpias y el cabello mojado y un cierto olor agradable
.
-¿Qué te traes entre manos? -Preguntaba su madre – Estás muy raro últimamente-. 
-Nada -contestaba el niño. -He estado viendo unas flores-.
-¿Flores?-
-La dama Lí-si-nah tiene flores en su casa-
-Si esa es una dama, yo soy la meretriz de la China- (y bueno, ella quería decir “emperatriz”, pero la mujer no había ido nunca al colegio).

Así pasaron los días. Oye tú, mocoso acudía a su jardín privado, (no creáis que no le costaba encontrar la choza de Lí-si-nah, no. También se perdía y entraba en siete u ocho chamizos antes de dar con el correcto), donde pasaba un rato feliz, fingiendo cuidar a su amiga la planta, bajo la turbia mirada nebulosa de la anestesiada Dama. Luego regresaba a casa, a hacinarse con su familia. 

Hasta que un día....

-¿Flores?¡Tú eres un desgraciado! -dijo su madre -Si lo que la arpía de Lí-si-nah tiene en su casa es un K’waï...¡ya decía yo que venías muy contento!...¡Tú has estado fumando esa cosa!-. 

El discurso, acompañado de una cierta dosis de mojicones, zarandeos, pellizcos y capones, pilló al pobre niño totalmente desprevenido.

-Ahora mismo voy a decirle cuatro verdades a esa señora -concluyó la mamá de Chuan-Che -y si me entero de que has vuelto a fumar...¡¡¡ se te va a caer el pelo!!!-.
-Pero mamá...si yo...-.
-Tú te callas ahora mismo-.

¿Qué había sucedido?

Nada del otro jueves. 
O del viernes. 
Ni siquiera del fin de semana. 

Veréis, una vecina de la dama no dejó de observar las frecuentes entradas del niño en la penosa cabaña. No pudo evitar comentarlo con otra amiga suya (y convecina de chamizo) la cual, a su vez, así como de pasada, comentó en una reunión de amigas que hordas de chiquillos entraban quién sabe para qué en casa de Li-si-nah. 
Alguien añadió en algún momento el jugoso detalle de que la dama vendía primorosos cigarrillos de K’waï a los niños. 

Bueno, el relato pasó de boca en boca y, de no ser por que las Fuerzas del Orden rara vez se internaban entre las miserables viviendas, faltó muy poco para que la dama se viera trasladada a una residencia permanente en la cárcel de la ciudad -vulgo, Centro de Rehabilitación y Reinserción Social de Marginados-.

Y ese fue el triste final. 
Efectivamente, la mamá de Chuan-Che fue gallardamente calle arriba a hablar con la Dama Lí-si-nah (también le costó encontrar la casa. Cinco intentos). Qué hablaron entre ellas es cosa que no tenemos muy claro, puesto que hablaron muy deprisa y muy fuerte, pero las conclusiones fueron las siguientes:

1.- Oye tú, mocoso había fumado K’waï.
2.- Oye tú, mocoso era un adicto al K’waï
3.- Oye tú, mocoso no volvería a fumar K´waï
4.- Para ello, el niño no volvería a mirar siquiera la planta. 
                        Esa planta. 
                              Ninguna planta.
                                       Nada verde.
5.- Para ello era mejor que no se acercase siquiera a la choza de Lí-si-nah.

Y eso fue lo que pasó.

Aquí acabaría la historia, como tantas otras historias infantiles, de no ser por que Oye tú, mocoso que estaba destinado a ser filósofo; se detuvo un día en la embarrada calle y pronunció estas palabras, inmortalizadas por la historia y repetidas miles de veces, por miles de personas en miles de situaciones similares. 
¿Qué dijo?. 

Pues el niño, mirando al lejano cielo azul dijo:

-No es justo-.

Moraleja: 
Años más tarde, al rememorar estos hechos ante sus discípulos, que le miraban con expresión absorta y los ojos muy abiertos (empezamos a sospechar que muchos de ellos fumaban también más K’waï de lo aconsejable), Chuan-Che dijo:

-Arthur C. Clarke dijo una vez: Si muchas personas creen en una leyenda, ésta se convierte en realidad ¿Cuántas personas hacen falta? ¿mil?, ¿cien?,...¿No basta con que una sola la crea?. La realidad está en cada uno de nosotros-. 

Pues eso.

Por cierto...¿Hace un pitillito K’waï?”



(Adaptado de la revista "Again with the Blues". Nº 23 Mayo de 2000)



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Comentarios

  1. Me imagino mi filosófico amigo, que K'wai es el ancestro de nuestro ¡qué guay!, y claro hemos de tener en cuenta que no nos dejan en este triste mundo que probemos cosas que nos hagan felices, aunque sea por un corto espacio de tiempo. El Valle de lágrimas, no admite alegrías mundanas.
    Saludos y un abrazo.

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    2. Amigo Carlos: No hay que ser muy filósofo para entristecerse porque en este pequeño mundo nuestro, haya personas que, voluntariamente, deliberadamente, se menguan y se empeñan en que los demás no crezcan también, permaneciendo enanos, oscuros y manejables... Gentes que se empeñan en que miremos el suelo, cuando sobre nuestras cabezas brillan gloriosas millones de estrellas... Ya ve usted...

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  2. Amigo Chuan, también conocido como oye tú, mocoso, la inspiración de la noble Dama Lí-si-nah, y la poesía encerrada en el alma de aquel niño estropajoso se perpetuarán en nuestra memoria hasta el final de los tiempos (siempre que no nos acerquemos al arbusto K’waï claro, ni a nada verde)

    besos, me he reído a carcajadas

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    1. Estimada Amiga Maslama: Los filósofos no inventan nada nuevo... sólo se convierten en el eco de una injusticia muchas veces repetida, como espejos que ponen delante de nuestras narices dolores con los que nos sentimos identificados.
      No dejo de preguntarme cuántas veces se apaga a pisotones la poesía que podría haber crecido, la música que podría estar surgiendo en almas que no han tenido la suerte de nacer en entornos apropiados.
      Menos mal que el K'waï, el fútbol, la tele y otras maravillas están aquí para que no nos preocupemos demasiado.
      Besicos ;)

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    2. Comporto el gusto por la plantita Kway, eleva el espíritu y te relaja.. qué más se puede pedir, pero como siempre, no interesa que seamos felices ni relajados sino que andemos locos buscando la felicidad en los supermercados...
      besos

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    3. Amiga Ico: Ahora que lo menciona, he encontrado una oferta de felicidad concentrada en frasco. 3 por 1, baratísima en Mercalcampo. Mucho mejor que la felicidad normal, la cutre, la que uno se forja si tiene suerte, porque viene enriquecida con omega3, que te mantiene sano el corazón. Chollazo, oiga...

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  3. Mi buen amigo Chuan Che Tzú,
    Creo que llegó el momento en el que me debo sincerar: la Dama Lí-si-nah es mi madre y yo era el pequeño elfo que podaba las plantitas. Esclavizado, evidentemente.
    Los lazos que nos unen van más allá que nuestra afición por los blogs,,,

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    1. Estimado Amigo Prepuzio: ¡¡¡Aciago destino el que no nos permitió encontrar la chabola adecuada al mismo tiempo!!! Ya entiendo yo esa maestría suya en las bizarradas de su blog... me da a mí la impresión de que, entre otras cosas, compartimos también cierta afición al k'waï.


      ;)

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