EL ENEMIGO

Para ganar una guerra, es necesario conocer quién es el enemigo.
 
Vivimos tiempos interesantes en los que los golpes, los ataques, la indecencia, la injusticia llegan con regularidad, unos tras otros. Tiempos interesantes en los que noventa y nueve de cada cien personas sufren privaciones básicas perfectamente evitables para que engorde ese uno por ciento que resta. Vivimos una guerra. Estamos siendo atacados.Y no sabemos por dónde nos están golpeando, no las vemos venir, porque no tenemos una idea clara de quién es el enemigo.
Creo que el enemigo no son los políticos marionetas, cobardes y manipulados, vendidos, corruptos y alejados de la función que la Sociedad les encargó: defender al débil frente al abuso del poderoso. Crear leyes justas que permitan la vida libre y feliz de todos los ciudadanos y ciudadanas, sea cual sea su origen, sexo, raza o nivel económico. Sea cual sea el conjunto arbitrario de rayas en un mapa en el que nacieron.
Tampoco creo que el enemigo sea el “Sistema” en sí. Eso sería lo mismo que decir que el enemigo es dios o cualquier entidad abstracta. El enemigo tiene nombres y apellidos.
El sistema tiene un fallo fundamental de base que lo ha convertido en lo que es: un ente inhumano, monolítico, abstracto, indiferente. Un pseudodios ajeno a cualquier piedad, a cualquier sentimiento, a cualquier belleza, un fin en sí mismo.
Su fallo, su error de base, es que es el caldo de cultivo de un tipo especial de ser que, -atentos, niños y niñas, atentos- no es humano.
Es un jugoso medio en el que medran los y las psicópatas, los Sin Conciencia. No tengo otro nombre para ellos, pero éste les describe bien. (ver Hare)
Cuanto más psicópata seas, cuanto más lejos estés de los sentimientos, de la empatía, del arte, de aquellas cosas que realmente nos definen como seres humanos, más probabilidades tienes de triunfar y de llegar lejos en ese medio. El sistema los acoge, les premia, los ensalza, y además anula toda responsabilidad por sus actos. El sistema castiga las decisiones humanitarias, castiga el comportamiento ético de una empresa, castiga la labor social, castiga la empatía, castiga el calor humano. Porque ellos se han encaramado en las cumbres de este sistema y lo mueven. El sistema premia a quienes se arriman a los psicópatas y colaboran con ellos.
Y ellos, ellas, son el enemigo.
A mí mismo me suena a delirio conspiranoico, a película de miedo de serie B, pero estoy convencido de que, en realidad, se trata de una guerra entre los Seres Humanos y otra especie: un parásito que ha evolucionado para ocultarse, que se camufla, que tiene forma de persona, dos brazos, dos piernas, una cara para pasar por uno de nosotros. Pero que no lo es.
Los y las Sin Conciencia son tan ajenos a la Humanidad como una garrapata, como una mantis, como un virus, como un alien. No nos entienden, ni les interesa entendernos: lo único que les mueve es el parasitismo, el ansia de sorber los jugos, la sangre, el sudor, las lágrimas humanas para medrar, crecer, multiplicarse, dominar.
Ellos, ellas, son el enemigo.

Tenemos un problema serio, porque el medio en el que medran ha sido cuidadosamente diseñado para ellos, por ellos. Han pasado desapercibidos porque creíamos que se trataba de malas personas –que las hay-, gente borde, ruin, pero gente al fin y al cabo. Seres humanos como nosotros con nuestras virtudes y nuestras flaquezas. Creíamos que el dolor, la tristeza, la muerte y el sufrimiento que generan podrían llegar a conmoverlos alguna vez, hacerles cambiar. Pero estábamos equivocados.
En la naturaleza, la relación entre parásito y parasitado es una guerra sin cuartel. Pero es una guerra en la que no hay diálogo posible. Ni entendimiento. Ni empatía. Por mucho que la esperemos esperanzados. Por suerte, los seres humanos tenemos inteligencia. La inteligencia, la ciencia, la observación nos han permitido identificar, controlar e incluso erradicar los agentes patógenos causantes de graves enfermedades. No hay psicoterapia para los piojos, la malaria o la viruela. Nadie trata de hablar con el virus y hacerle entender los sentimientos humanos. Se busca su destrucción. Y ellos, ellas, son agentes patógenos.
Yo no sé cuál es la solución. Pero tengo claro que el primer paso en una guerra es conocer a tu enemigo.
 
Últimamente me da la impresión de que están tan seguros de sí mismos que se están quitando las máscaras.

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