LA VERDAD DESNUDA (Nuevo Cuento de Navidad)

 


La Verdad desnuda

 

Para Aurora, que los entiendes.

 

Faltaban apenas tres días para el 24, o sea que, de hecho, estábamos en la verdadera noche del solsticio estrenando el invierno astronómico[1]. Todo en torno nuestro se encendía y apagaba al compás de las guirnaldas de luces multicolores que adornaban el mostrador y las lámparas de los reservados.

Se acababa de abrir esa pausa muerta que sucede a veces cuando coinciden el final de una canción y un silencio en todas las conversaciones.

 

- ¿Y no podías haberte inventado algo, como hacen los autores de verdad, en vez de airear nuestras confidencialidades? -estaba diciendo Salido. Al hacerse el silencio, su rebuzno pudo escucharse con claridad hasta en la calle.

 

Esto que escribo pasó el año en que publiqué “Guadaña”, el libro donde cuento la historia de Aengus; ese libro estupendo que me catapultó a la fama y al Olimpo de los grandes escritores; ese que se puede encontrar en todas las librerías que son algo en el mundo literario (y, según dicen, en el Mercamonas y en los puestos de libros usados de la Feria de Albacete).

No podía evitar la sensación de que Aengus y los demás me miraban con cierta suspicacia. Había prometido que la fama y la riqueza no me cambiarían. Y no lo habían hecho.

A mi nuevo yo, por lo menos, no.

 

-Sabes que nunca jamás te vamos a volver a contar nada ¿verdad? -dijo Listo.

 

Papá Conejo me miraba reflexivo, silencioso, por encima de su pinta.

- ¿Podemos expulsarlo de una vez del pub? -añadió, haciéndome perder uno o dos latidos en el proceso. No, del An no. Cualquier cosa menos echarme del An. Os ofrezco a mi primogénito, echadle a él. Quemad el libro, pero el An no.

 

Hay que agradecer que Listo no es de lo que se quedan callados, de lo contrario nuestra velada navideña habría tenido una sorprendente similitud con un quedarse encerrado en un congelador, cuando nadie se ha enterado siquiera de que estás allí atrapado, a oscuras, solo, en silencio. Podía sentir el peso de sus miradas, como, al conducir de noche, sin previo aviso, se ven los pequeños y afilados led azules de un coche de la Guardia Civil que va despacio y al que adelantas, sabiendo que no estás haciendo nada malo, pero sintiendo al mismo tiempo que tienes grabada en la cara la culpa de varios horrendos actos de depravación.

Desde detrás de la barra, Aengus frotaba unos vasos con un paño blanco, azotándome con los espaguetis hervidos de su indiferencia. Joder, faltaba un puto pianista en un rincón y cuatro tipos jugando al póquer.

Gracias al cielo, desde los altavoces Oscar Benton rompió el silencio con su Bensonhurst Blues, en esa grabación de 1973 donde termina felicitando las navidades a todo el mundo.

Anhelando una voz amiga, me tomé su deseo de felicidad como algo personal. Más o menos igual que los cabrones que me rodeaban se habían tomado como algo personal que NO mencionara sus nombres en ninguna parte de la novela.

Papá Conejo seguía mirándome por encima de su pinta. Un poco de espuma marrón se le había quedado olvidada en el bigote.

 

- ¿Y qué historia nos vas a contar este año? -dijo al fin, con voz suave.

-No me toca a mí empezar -contesté -Le toca al ganador del año pasado –

-Ese eres tú, campeón -dijo Listo -que te acaban de dar el puto Oscar de Literatura-

 

Se reconocer la sorna cuando me la escupen a la cara. Ignoré el comentario, haciendo una seña a Aengus para que me trajera otra pinta que él ignoró a su vez, inspeccionándose la uña del meñique como si durante la noche le hubiese brotado un dedo extra. También se ignorar cuando me ignoran. Hice como que lo que quería era desperezarme, me rasqué el cogote y me aguanté la sed.

-El ganador del año pasado fue… -y aquí me paré.

 

Han pasado cosas extrañas en el An Chruit Corcaigh desde que empecé a contar estas historias, muchas más cuando la Navidad está cerca; pero nada me había preparado para lo que entró cuando sonó la campanilla que no hay en ninguna de las puertas del An.

Una muchacha completamente desnuda estaba en la entrada, mirando hacia el interior como si tuviese que aprendérselo para el examen y el examen fuera ya mismo. Sin que yo tenga la menor idea de porqué, tan pronto como clavó la vista en mí, se dirigió sin dudar hacia nuestra mesa, ignorando las bocas abiertas, las expresiones de pasmo y las miradas salaces que la acompañaron.

Era una de esas chicas etéreas que parecen hechas de aire y algodón hilado. De esas que no puedes concebir siquiera que tengan funciones físicas como respirar, comer, tocar el suelo con los pies o ir al baño. De esas que si no hubiera nadie más en la habitación y sonara un pedo sospecharías primero de tu propia persona. De esas que, como los unicornios, piensas que su sudor tiene que oler a fresitas y su cabello sabor de caramelo.

También parecía muerta de frío, pálida y apurada.

Yo todavía estaba tragando saliva cuando Papá Conejo ya se había levantado a cubrir sus hombros desnudos con el abrigo (el muy desgraciado se ha comprado un tabardo negro, rollo matrix, de lo más guay). Hubo una tormenta localizada de codazos, empujones y resoplidos mientras el resto le hacía sitio y Aengus, perla entre los caballeros, le traía un colacao calentito.

La chica tenía unos ojos profundos y dulces, rodeados de círculos oscuros, que no apartaba de mi. Incluso Salido se estaba perdiendo en ellos en vez de pasearse por otras partes de su anatomía, como suele ser su costumbre.

De pronto, alrededor de nuestra mesa había muchas más caras de lo habitual y bastante más silencio.

Cosa extraña, ninguno de nosotros dijo una gilipollez mientras la mirábamos sorber su colacao como los pequeños bonobos miran a la matriarca de la familia mostrando la mejor manera de elegir, preparar y usar un palito para inflarse de hormigas.

Desde su trono tras la barra, las cejas de Aengus nos hicieron un gesto hacia las escaleras que suben a las habitaciones del An. Ni cortos ni perezosos, como un equipo de esos tipos de negro y gafas de sol oscuras que acompañan a millonarios, presidentes y demás gente que es alguien[2], nos pusimos en pie rodeándola y atravesamos la multitud de curiosos hacia el refugio que se nos ofrecía de forma tan lacónica como gentil como los All Black atraviesan las filas del equipo contrario agrupados en torno al que tiene la posesión del balón.

Subimos dos tramos de escaleras, arropados en el olor a cera y resina y abrimos la puerta de una habitación de paredes de madera, cálida, acogedora en la que, por una ventana entraba un chorro de la luz plateada que una luna enorme derramaba sobre un océano que parecía a punto de colarse por los cristales.

 

-Hola. Soy Papá Conejo -dijo mi amigo al cabo de un rato, con una voz con la que se hubieran podido limpiar gafas sin rayarlas -Estos son Salido, Listo, Aengus, Sabihondo, Cabreadín… y Simplón -añadió. Mucha gente para tan poco espacio, en verdad.

-Me llamo Alicia -repuso ella, aunque a mí me sonó como si hubiera susurrado algo como Alezeia o, quizá, Aletheia, y luego -Ayúdame Simplón, eres mi única esperanza –

-Brgl, brgl, ¿brzgl?… -contesté yo, miembro honorario de Afásicos sin Fronteras. Me ardían las orejas. Una colleja de Papá Conejo reseteó mi cerebro, que parecía haberse quedado colgado en una pantalla azul.

- Pero…pero… ¿yo? ¿Qué? –

- Tu eres el Narrador -dijo, por toda explicación. Si las voces fueran sabores, lo dicho, la suya era caramelos de miel, de fruta, dulce, pero sin empalagar. Te daban ganas de escucharla para siempre.

- Claro que sí, cómo no, el señor la-fama-no-me-va-a-cambiar-chicos tenía que ser -intervino Listo

- Nunca mientes, eres el Cronista fiel -continuó la chica.

- ¿G-gracias? -dije yo.

-Es lo que estoy diciendo -insistió, de fondo, Listo, al mundo en general y a nadie en particular -que ha publicado un libro con las historias que contamos los demás. Cobrando por el trabajo de los otros, por nuestro puto trabajo, sin inventarse nada, sin molestarse siquiera en adornarlo un poco. Vaya una mierda de escritor. Este tío es un fraude -fue bajando la voz al darse cuenta de que un Papá Conejo en todo igual a Paul Newman en El zurdo le miraba fijamente en silencio.

Tragó saliva un par de veces y por fin se calló.

 

- Podemos ayudarte -dijo Papá, finalmente, hablando en mi nombre sin consultarme una mierda, para qué variar -sólo tienes que explicarnos qué es lo que pasa-.

 

La chica miró en torno suyo.

 

-Me han robado -dijo, con un suspiro.

-Papá, Oyetú, tenéis que ver esto -la voz de bajo de Aengus llegó desde la puerta. (¿Oyetú? Esta sí que es nueva)

 

En muchas películas sobre casas encantadas, castillos siniestros o mansiones tenebrosas hay un viejo corredor polvoriento detrás de las paredes. A intervalos, discretas mirillas de madera se abren a dos agujeros, que por el otro lado siempre coinciden con los ojos de un cuadro antiguo. Pues mire usted por donde, resulta que en el An hay uno igual. Aengus nos condujo por la oscuridad y abrió para nosotros una de esas pequeñas cancelas de madera. Me encontré mirando el salón principal del An Chruit desde los ojos de un siniestro retrato de Bram Stoker que adorna la pared, justo a un lado de la chimenea. Para qué recuernos tiene que haber un pasaje secreto en un pub es algo que escapa a mi imaginación[3].

En medio de la ruidosa multitud de curiosos que brujuleaba entre cervezas, platos de comida y mesas había dos personas: una de ellas era un tipo alto, obeso, desagradable, con demasiadas sesiones de rayos uva. La forma en que se cubría con un bisoñé de color zanahoria gritaba a las claras que le importaba una mierda ser desagradable; que, de hecho, se dedicaba a ello con todo el talento entrenado de una larga vida de hacer la puñeta a los demás; con el tesón y el esfuerzo de un verdadero virtuoso.

La otra vestía un traje de esos con los que una auxiliar administrativa, una enfermera o una maestra sólo pueden soñar. Uno de esos trajes tejidos, cortados a medida, confeccionados sin duda por las pequeñas amorosas manos mágicas de elfos menores de edad en alguna secreta fábrica de un país oriental encantado; pero firmados siempre por un apellido francés o italiano, algo con más letras T o quizá C de las necesarias, que gritaba a los cuatro vientos: miradme, soy una mujer empoderada, moderna, guapísima, soy inteligente, soy dinámica, tengo pasta, se cómo usarla. ¿No me envidiáis un poco?

Su cara era un poema dulce de luz perlada y oro. Si uno se fijaba con mucha atención, podría ser la hermana mayor; o quizá la madre -una de esas madres jóvenes- de la muchacha que se escondía ahora en su habitación, dos pisos más arriba.

Miraban en torno suyo con atención. Parecían buscar a alguien. Cosa curiosa, mezclados con la gente resultaban tan adecuados y, al mismo tiempo, tan fuera de lugar como un óleo con payasos tristes en el museo del Prado[4].

Estaban de pie, en un círculo de soledad, en medio de una multitud tan apretada que casi era imposible evitar que el vecino metiera el morro en tu pinta.

 

- ¿Qué hacemos? -dije.

-Pues enterarnos de lo que pasa, Simplón - contestó Papá -Vamos a nuestra mesa-.

 

No soy buen actor. Prefiero pasar desapercibido. Suelo hacerlo, sobre todo cuando es el caso que NO lo estoy intentando. Cuando lo intento me da la impresión de que llevo la bragueta abierta, o me brilla la calva o quizá llevo una diana de papel pegada en la espalda. Siento que todo el mundo me mira, me tropiezo con las mesas y resulto patético en mis esfuerzos de hacer ver que todo es normal.

Cuando por fin me dejé caer en mi sitio como un sudoroso, agobiado fardo de patatas, Papá Conejo llevaba allí como seis horas tranquilamente sentado, en paz con el mundo. La madre - hermana del traje de lujo y el tipo asqueroso no me habían quitado la vista de encima ni un solo segundo.

 

-Ese es el de los cuentos -dijo el desagradable, señalándome con el dedo e ignorándome al mismo tiempo. Hacer eso es un arte que mucha gente lleva años practicando. No todos lo consiguen, pero si se finge adecuadamente, resulta casi igual de molesto.

 

La del traje me dedicó una mirada profunda, lenta, callada. El mismo tipo de mirada que los infusorios deben sentir cada vez que una becaria investigadora los coloca en su placa, debajo del microscopio. Si las miradas fueran colores, sería el blanco del mármol de los ojos de las estatuas de los dioses antiguos.

 

-El ladrón de historias -dijo al fin.

 

Efectivamente, su voz era un café dulce, caliente. Algo adictivo que te va a quitar el sueño y lo sabes, pero sigues tomando una segunda taza después de la segunda taza. De pronto estaba sentada delante de nosotros cruzando no menos de dos kilómetros de piernas perfectas. El desagradable seguía en pie, más que nada para poder mirarnos desde arriba, sin rebajarse a nuestra altura.

 

- ¿Le importa que me siente? -dijo, dejando a las claras que sí-que-me-importa no era una respuesta con significado alguno en su mente.

-Por favor -dijo Papá Conejo, ante mi caso terminal de afasia -Éste es mi amigo Simplón. La gente a la que aprecio me llama Papá Conejo. Ustedes pueden llamarme Señor Conejo -Su sonrisa era a las sonrisas como el sol de Almería es a las linternas de bolsillo. Me lagrimeaban los ojos, pero la madre ni pestañeó.

-Mi nombre es Ápate -dijo -Pueden llamar Baladrón a mi encantador acompañante-

-Señor Baladrón, para ustedes -dijo el asqueroso[5]

-Brg-brgl-grbzl-brz? -dije.

- ¿A qué debemos el honor de su inesperada irrupción en nuestros asuntos? -tradujo Papá.

-Debe haber algún tipo de error -dijo ella, sonriendo con calidez -A mi modo de entenderlo, son ustedes los que se han inmiscuido en los nuestros, quizá de forma involuntaria -

-No veo cómo -repuso Papá -Aquí sentados en nuestra mesa, charlando de nuestras cosas, disfrutando nuestras cervezas…-

-No quiero hacerles perder el tiempo, Señor Conejo. Pero tampoco me gusta que me lo hagan perder a mí. Están ustedes a punto de tomar partido en una historia que tiene dos versiones. No tendría gran importancia si su amigo Simplón, aquí presente, tuviese por costumbre adornar con su imaginación sus relatos -contestó -Pero, por desgracia, no la tiene. Por lo general, no es que importe. Pero como he dicho, la historia que, aunque él no lo sabe, está a punto de escribir tiene dos versiones en las que no es posible permanecer neutral: la que está con nosotros o la que está contra nosotros. No dude de que va a escribirla: Ella se lo pedirá-

-Si optase por escucharnos, por dar difusión a nuestra versión, miel sobre hojuelas -intervino, descortés, el Asqueroso. Su labio inferior parecía proyectarse hacia delante al terminar las frases, frunciendo su boca como un esfínter prieto, húmedo y morado -Nada que objetar. Pero si se decidiese por cualquier otra versión, muchas personas podrían ser inducidas a error. A conclusiones precipitadas. Influenciados quizá por la idea de que su amigo no se inventa las cosas, a decantarse por el bando equivocado… Nos gustaría mucho que eso nunca sucediera -terminó.

-Ya… -respondió Papá -Y ¿cuál es esa historia? -

-No es necesario dar demasiados detalles sobre nuestra familia o nuestros orígenes. No hacen al caso. No aportan información relevante. Baste decir que sabemos que, si no lo han hecho aún, están a punto de conocer a mi… hermana -dijo ella. Su frente perfecta se las compuso para mostrar hondo pesar sin una sola arruga - Mi pobre hermana es una …persona… gravemente enferma, casi desde que nació. He pasado gran parte de mi… vida cuidando de ella, evitando que se meta en líos, sacándola de los apuros en los que se ve envuelta por culpa de su trastorno. Es mi hermana pequeña y la adoro, a pesar de que nunca me ha mostrado el más pequeño gesto de afecto o agradecimiento por mis desvelos - una lágrima perfecta, pura, brillante como un diamante se deslizó por la seda de su mejilla. Si la pura belleza tuviera forma sería esa lágrima solitaria deslizándose. De haber podido atrapar esa imagen en una foto, habría ganado varios premios.

- Al contrario: tiene una especie de obsesión celosa hacia mi persona. Ha construido una alucinación fantástica en la que la perseguimos quien sabe con qué terribles motivos. Una absoluta locura, nacida de un rencor que no puedo entender o explicar. Piensa, quizá, que soy más agraciada, que he tenido más suerte que ella, que mi familia y el destino me han favorecido a mí más que a ella. No lo se. No es que necesite el agradecimiento, claro - Inclinó la cabeza mientras otra perfecta lágrima se unía a la primera. He visto belleza semejante en algunas representaciones renacentistas de la virgen al pie de la cruz.

 

Estaba impresionado.

Si Leonardo hubiese pintado la escena, la gente estaría diciendo ¿la Monalisa? Una puta mierda. Tienes que ver “La doncella del An Chruit Corcaigh” ¡eso sí que es una maravilla!

 

-Mi hermana necesita la ayuda de su familia -continuó, apenada, la muchacha -Nosotros la entendemos. Nosotros sabemos lo que precisa. Quizá la intervención de unos extraños, por bienintencionada que sea, podría agravar su situación, al fortalecer sus delirios -.

-Dejémonos de tonterías -dijo el Asqueroso. Yo me quedé mirando fascinado el petulante labio proyectado hacia nuestras caras. Coño, parecía pulsar, cuajado de líquidos y de venas como la cabeza de una larva de alien[6]. Si las voces fueran profesiones, la suya, sin la menor duda, sería abogado. Pero no un abogado cualquiera. Uno de esos tipos babosos que, lo mismo asesoran con tranquilidad en el blanqueo de pasta o los fraudes fiscales, que crucifican a las víctimas de los delitos sexuales. Uno de esos que tan solo se diferencian del resto de la escoria carcelaria porque llevan corbata y los encierran en celdas de lujo en cárceles de mujeres -Si ustedes saben dónde está, o si contacta con ustedes, deben comunicarlo, para que su familia pueda hacerse cargo de su atención y cuidados - arrojó una tarjeta color marfil sobre la mesa. Letras doradas de exquisita caligrafía indicaban al mundo que, desde ese momento, teníamos el privilegio de ser contados entre los afortunados mortales que tenían la posibilidad de comunicarse con Ápate, Dolos & Baladrón asociados.

-Pero… -dijo con suavidad Papá Conejo - ¿Su hermana de usted (y perdone la pregunta) es menor de edad o está judicialmente incapacitada? -

 

La beldad lo miró de arriba a abajo con una mirada que podría haber fundido piedras. Habría tocado el corazón de cualquier humano (el mío, sin ir muy lejos) haciéndole llorar de piedad y comprensión.

Pero claro, a veces se me olvida que Papá no es humano.

Es un conejo.

La mirada incandescente no pudo encontrar dónde agarrarse, resbaló y fue a conmover a un servilletero que pasaba sus días a seis mesas de distancia, perdido en sus asuntos de servilletero.

 

-Lo digo porque, si no es el caso, podría ser que la familia estuviese pasando por alto ciertos derechos básicos de las personas -continuó Papá, derrochando inocencia por todos sus orificios -como el derecho a la intimidad, a elegir con quién quiere estar o el simple derecho a equivocarse y cometer errores ¿no? -.

-La niña es medio tonta, sin ánimo de ofender -dijo el asqueroso en ese tono que tanta gente usa y que, en realidad, significa exactamente sí que quiero ofenderte y me voy a correr de gusto si lo haces - su trastorno, además, la hace peligrosa, tanto para sí misma como para los que estén en contacto con ella -.

- ¿Qué tiene? ¿la peste negra? ¿El puto coronavirus? -dije, ganándome una mirada del tal Baladrón que hubiera cortado la leche si me hubiera estado tomando un café con leche. Gracias al cielo por sus pequeños favores, no afectó para nada a la cerveza que no me estaba bebiendo porque Aengus me estaba haciendo el vacío.

- Créame, amigo -me dijo, ignorándome al mismo tiempo con rara habilidad - tratar con esa chica puede ser un riesgo para la salud. Especialmente para la de los que se relacionan con ella. Es mucho mejor que, cuando contacte con usted, no se preocupe por nada y deje todo en nuestras manos -

- Se lo agradeceríamos mucho - añadió ella en un susurro que se entretuvo más tiempo del necesario culebreándome por el oído interno, tejiendo imágenes acerca del tipo de cosas en las que podría consistir el mencionado agradecimiento. Cosas que, por supuesto, no habían sido dichas.

 

Sin añadir nada más, se levantó, se dio la vuelta y se marchó.

Esta simple frase no puede describir la poesía de la que fuimos testigos Papá y yo. Hasta Baladrón el Asqueroso relucía a su lado, como brilla, bello, un montón de escombros bajo la luna llena una noche helada.

Tan pronto estuvimos seguros de que habían salido del local, nos teletransportamos hasta la habitación donde se refugiaba Aletheia, quien, al escucharnos, levantó los pozos oscuros de sus ojos para mirarme.

 

- Creo que acabamos de conocer a un familiar tuyo -dijo Papá.

- Tu hermana -conseguí decir.

Coño, sí que era peligrosa para mi salud: hacía que mi cerebro se arrastrase sin avanzar como aquella vez que sin querer metí el coche en un barbecho labrado después de una tormenta.

 

- No tengo hermanas -contestó ella -Mi padre no hizo para mí hermanos ni hermanas. Siempre he estado sola -

- Bueno… iba con un tal Baladrón y se ha presentado como hermana tuya - dijo Papá, enseñándole la tarjeta. La miró durante unos instantes, como si no supera qué exótico objeto era aquel rectángulo de papel caro.

- Eres mi única esperanza - repitió ella, mirándome -Tengo poco tiempo. Necesito que escuches mi historia. Necesito que cuentes mi historia -

- Pero ¿por qué yo? - contesté.

- Eso ¿por qué él? - dijo Listo. Tenía que haberlo visto venir, claro - El tipo que no se molesta en escribir porque le dan las historias contadas -

- Supongo que precisamente por eso - contestó Papá con la extraña voz suave que llevaba empleando a fondo toda la cochina tarde - Porque no miente -.

- Escucha - me dijo Aletheia - Mi historia es muy vieja. Vieja como el mundo. Vieja como la gente. Baladrón, Dolo y Ápate representan a todos aquellos que están interesados en que se olvide y se pierda. Tan sólo necesito que se vuelva a contar. Una vez más -

- ¿Por qué? -

- Porque así, C[7] puede volver a encontrarla. Si la habéis conocido, habréis observado que puede hacer que se olvide lo que ella quiera. C me ha olvidado –

- ¿C? ¿Te refieres a Cronos, el señor C? ¿A ese C? -dijo Sabihondo.

- Es bien fácil -dije -Sabemos dónde vive, sólo hay que llamar a su casa, allí en Mojácar, y le cuentas lo que quieras -

- No funciona así -contestó ella con un susurro. Si los susurros fueran frutos, el suyo habría sido una bergamota, amargo, amargo, aunque podría uno pasarse el día aspirando su olor -Él tiene que encontrarla. Por eso necesito que tú la escribas. Que la liberes al mundo de nuevo. Ayúdame, Simplón, eres mi única esperanza -

- Y dale -

- Gracias Listo ¿no te importa callar un momentito? -dije.

- A ver si me vas a dar órdenes tú, cacho fraude -

- ¿Podéis dejar de hacer el gilipollas? -

 

La muchacha escuchó nuestras sandeces como si fueran las palabras de Sócrates, Parménides, o Platón en su ágora, mirándonos como los niños pequeños miran los escaparates de las jugueterías.

 

- Perdónanos -dijo Papá Conejo - ¿quieres contarnos tu historia? Por favor -

 

Ella nos miró unos momentos, que por suerte aprovechamos para quedar bien y callarnos. Al cabo, prosiguió.

 

- Mi padre me creó con sus propias manos. Las mismas con las que había fabricado a la gente. Como los buenos artesanos, estaba orgulloso de cada una de sus obras, preocupado por su bienestar, deseoso de asegurarles un destino pleno en el devenir de todas las cosas -dijo -Me creó para ayudar a las personas a encontrar ese camino. Ayudándoles a recobrar la realidad que a veces olvidaban. Ese fue mi nacimiento -.

-Nací completa -continuó -ataviada con resplandecientes ropajes, los atributos de mi naturaleza sin mancha y la voluntad de servir de guía a las personas, como una especie de faro que indicase para siempre el camino correcto -

- Entonces ¿quién es esa tal Ápate? Si no es tu hermana ¿quién es? - dijo Papá Conejo.

- Mi padre fabricó a los seres humanos y les dio la posibilidad de ser como los dioses o los titanes, de desarrollar la perfección potencial que llevan dentro. Pero el Universo en el que existimos hay también fuerzas contrarias a todo lo que sea orden, belleza o luz. Ápate es hija de esa Oscuridad y de esa Noche que vosotros ni habéis conocido nunca ni podéis imaginar.

Yo lo sabía. Y aun así, como sus palabras son suaves, su mente, rápida y sus gestos, tranquilizadores, en cierto momento, llegamos a ser amigas. O al menos, tuvimos algo parecido a una amistad, ya que ambas nos sentíamos solas, únicas cada una en nuestra especie -

 

Miré a mi alrededor. En el arroyo de su voz, las sombras parecían más oscuras. Nuestras caras se habían vuelto más pálidas. La habitación, de hecho, era más grande, difusa, llena de ecos, como si hubiera mucha más gente escuchando. No pude evitar mirar por encima de mi hombro varias veces y no estoy seguro de no haber visto nada en todas ellas.

 

- Juntas viajamos durante eones. Recorrimos el Cosmos hasta sus confines, acercándonos todo cuanto nos fue posible tanto a la Luz de la Creación como al borde de la Oscuridad que había sido su cuna -

- ¿Cómo eones? ¿Pero cuántos años tienes, criatura? - dijo Salido, que fue reducido al silencio por una súbita e instantánea lluvia de collejas.

- Un día, en uno de esos viajes, acertamos a encontrar un oasis perdido un desierto inmenso. En el centro del vergel, una fuente dejaba caer un agua dulce, transparente y fresca en una laguna profunda. Hacía calor. Un calor amable, parecido al que algunas noches de verano el viento lleva hasta la playa en Almería.

- ¿No tienes calor, Alicia? ¡Estoy muy cansada! - me dijo, sentándose a la sombra de unas enormes higueras que crecían en un rincón del lugar.

- Sí. Hace calor. Este sitio es muy agradable ¿Te parece bien que descansemos un rato? -contesté.

Estuvimos allí sentadas, guiñando los ojos al reverbero del brillante sol, sin decir nada. Sólo dejando que la belleza del lugar nos inundara.

- Me da sueño - me dijo - Estaría bien darse un chapuzón en esa laguna. ¿Te imaginas qué gusto tiene que dar? -

            - La verdad es que sí. Tiene que estar buenísima el agua -

- Yo estoy muy cansada. Creo que voy a echar una cabezada. Báñate tu si quieres - y cerró los ojos.

Me quedé un rato mirando al agua, ensimismada. El sonido de la fuente parecía llamarme, de modo que, al cabo de un rato, me quité la ropa, que dejé a la sombra, colgada de una rama para que se refrescara y, desnuda, me metí en el agua -

- Se te está cayendo la baba, Salido -dijo una voz, seguida del sonido de varias bocas cerrándose de golpe. La mía entre ellas.

- No sé cuánto tiempo estuve nadando -prosiguió ella, al parecer inmune a nuestras idioteces - En aquel lugar de primavera eterna el sol no se movía en el cielo. Para nosotras, el tiempo tampoco tiene efecto o importancia.

Al cabo, salí del agua. Entonces me di cuenta de que no podía encontrar a Ápate por ningún sitio. Estaba sola, completamente sola. Desnuda. Mis ropas y los atributos de mi naturaleza habían desaparecido -.

Durante incontables siglos, no supe qué fue de Ápate o dónde fue.

Mucho tiempo más tarde pude averiguar que, desde aquel día, vestida con mis ropas resplandecientes y disfrazada con los atributos de mi naturaleza, se mueve por el mundo de las personas, sentada al lado de los príncipes, las emperatrices y los poderosos, halagada, idolatrada, guiándolos hacia el silencio y la Oscuridad de la que nació -

- ¿Y tú? - preguntó Papá Conejo

- Ya lo habéis visto -contestó -camino desnuda. Nadie mira a los desposeídos, a los que no tienen nada más que a sí mismos. Nadie se interesa por ellos. A veces puedo conseguir que alguien me escuche. Que escriba de nuevo mi historia, cuando parece a punto de caer en la Noche del Olvido. El Señor C la desvela, vuelve a recordar y durante unos años, siempre pocos, se abre una edad dorada en la que las personas avanzan hacia su perfección, sin disfraces ni disimulos.

Ya habéis oído mi historia. No es larga, ni complicada. No la olvidéis. Sólo os pido que no la olvidéis. Gracias, Simplón por haberla escrito -terminó.

- Si aún no he escrit… ah, vale, ya entiendo -dije.

- ¿Qué más podemos hacer? -dijo Papá Conejo. Parecía arder en deseos de repartir bofetadas, pero lo insólito de la situación lo tenía desconcertado.

- No olvidéis mi historia -contestó ella. Si las voces fueran ríos, la suya era un hilo de agua, corriendo por un wad umbrío, en alguna parte del desierto del Sahara -No podéis hacer más. Sólo avisad a quienes amáis de que mi historia no se debe olvidar, de que intenten evitar deslumbrarse por los disfraces radiantes y el oropel falso con el que se les está engañando. La verdad desnuda es sencilla, siempre es sencilla… aunque puede costar trabajo encontrarla. Y al final, el tiempo la pone de manifiesto. Por desgracia, ese tiempo puede ser más largo que una breve vida humana. Puede abarcar generaciones -.

- Ya -dije yo - ¿y el asqueroso de Baladrón? -

- El tiempo vuelve a dejar todo en su lugar. Baladrón ascenderá. Después caerá, como todas las cosas humanas y mortales. Su reino tendrá fin. Pero eso no puede servir de consuelo. Porque muchas personas buenas podrían no llegar a ver jamás ese fin. Hay que luchar. La única forma de pelear contra ellos es recordarme. Buscar mi historia, mi luz y seguirla. Para eso fui hecha por mi padre -

- Perdona, Alicia pero… ¿quién es tu padre? -preguntó Listo poniendo a huevo que Graciosín rebuznara con voz cavernosa aquello de “YO…SOY TU PADRE

-Mi padre (y el vuestro) se llama Prometeo… el previsor -

 

Papá Conejo siguió en silencio. Lo cual es raro. Como velada navideña, creo que puedo afirmar que es la más rara que habíamos vivido en la historia. Hacíamos corro, sentados en torno a Aletheia, que estaba en la cama, con la espalda en la pared, arropada en el abrigo de Papá. En verdad, no teníamos idea de qué hacer o qué decir.

No se podía ser neutral.

Una vez escuchadas ambas versiones de la historia, descubrimos que no había un punto medio. Que el destino de nuestra generación dependía del bando que escogiéramos.

Uno a uno, miré los rostros de mis amigos. Podía sentir las ruedecillas de sus pensamientos encajando. Uno a uno, fuimos eligiendo bando.

Poco rato más tarde, Papá propuso que fuera Aletheia la ganadora de nuestra velada navideña de este año ya que su historia cumplía todos los requisitos de nuestra tradición. Lo celebramos con varias pintas y, como premio, le escamoteamos a Aengus un vaso con el logo de Guinness y se lo regalamos.

A la mañana siguiente, encontramos el abrigo de Papá Conejo cuidadosamente doblado encima de la cama. Aletheia se había marchado de nuevo. Desnuda. A recorrer el mundo sin adornos ni disfraces.

Ahora, noche de Navidad, estoy contando la historia. Es lo que debo hacer.

He elegido bando. Espero que quienes lean este cuento, se den cuenta de que es necesario hacer una elección.

Elegid con cuidado.

Feliz Navidad y ojalá los años que entren lo hagan con todo el mundo buscando la verdad desnuda.

 



[1] El climático llevaba ya varias semanas pintando de blanco el parabrisas de los coches, tensando la piel de la frente, cortando los labios en diminutas escamas repugnantes, coloreando de rojo taurino las orejas y adornando de viscosas humedades las narices de todo el mundo. (N del A)

[2] No como nosotros, mindundis del montón. Bueno, como vosotros, y yo antes de publicar el libro y alcanzar la gloria, claro (N del A)

[3] Bueno, el An Chruit Corcaigh es irlandés. Eso viene a significar una larga historia de resistencia organizada a la autoridad unida a una acusada afición a burlarse de la policía que, gustoso, contaré en un futuro no lejano (N del A)

[4] O quizá un cuadro con unos cuantos perros graciosos jugando a las cartas, vestidos como personas (N del A)

[5] Y en ese momento me di cuenta de que ya lo conocía. Indirectamente ya había aparecido en una de estas historias. Aconsejo releer los cuentos de las Navidades anteriores. Todos están recogidos en un libro imprescindible que se titula Cuentos completos de Papá Conejo (N del A)

[6] También tengo bastante claro lo que le hubiera recordado a Salido (N del A)

[7] El señor C. El titán Cronos, quien también ha aparecido en una de nuestras historias anteriores. De hecho, vive en Mojácar. Papá y yo hemos visitado su casa. No veas qué bien se lo montan los titanes (N del A)




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