Viajes y experiencias I: Cork


Es el año 2018…

14 de abril.

 

En realidad, el viaje comienza el 13 por la noche, cuando dejamos a nuestro perro Sam en manos de mi sobrino y su chica, que van a ser sus cuidadores provisionales (será interesante algún día reflexionar acerca de las dificultades de viajar en avión con perros grandes); y nos dirigimos a Alicante, al aeropuerto del Altet, para coger nuestro vuelo Ryanair, dirección Cork, que sale bastante temprano. 

Dejamos la furgoneta en el parking de Aena. Está razonable de precio, un poco más caro que otros, pero, a cambio, ir desde allí a la terminal es un pequeño paseo de pocos minutos a pie.

Despegamos y volamos sin novedad ninguna, sobre un mar de nubes ininterrumpido que cubre toda España, el Atlántico e Irlanda. Al atravesar la capa de nubes aterrizamos un poco accidentadamente en medio de una llovizna constante acompañada de viento fuerte, a poco más de cinco grados centígrados (sensación térmica de -3). El contraste con Alicante es notable. 


Mi compañera de asiento, una ancianita irlandesa sonríe y me dice:

-Bienvenidos a Irlanda-

Su marido (supongo. Igual era su hermano, su amante o su secuestrador. Ni idea) sentado al otro lado del pasillo añade sonriendo:,

-Ahora comprenderéis porqué pasamos nuestras vacaciones en España-.


Dudamos entre coger el autobús o un taxi, pero la idea de esperar en una parada de buses con el escaso abrigo que traigo no me atrae nada, de manera que optamos por el taxi. El viento me arrebata el sombrero, que es recuperado por un muchacho que está subiendo a otro taxi.

El taxista, amable, amable, como hasta la fecha son todos los irlandeses con los que hemos tenido la suerte de encontrarnos se interesa por nosotros; se hace entender en su inglés con fuerte acento; se convierte en un improvisado guía que nos comenta el tiempo; se interesa por las visitas que queremos hacer; nos indica edificios y puntos de referencia; nos recomienda pubs para escuchar música e incluso nos indica las partes de la ciudad por las que podemos movernos sin que el viento y la lluvia nos molesten demasiado.

Nuestra intención inicial era alquilar un coche, recogerlo directamente en el aeropuerto, movernos por los alrededores e incluso hacer alguna excursión por las cercanías. 

Por suerte no hemos reservado nada. 

La idea de conducir por la izquierda con poca visibilidad no nos hace gracia ninguna. Nuestros planes van a depender del tiempo que hace, pero las perspectivas no son muy buenas. Descubriremos que estamos bajo alerta naranja por viento y lluvias.



El taxi nos deja en nuestro alojamiento, Shandon Bells Guesthouse, justo al lado de la entrada al campus de la Universidad, junto a un puente, y con una encantadora balconada sobre uno de los dos brazos del río Lee que envuelven la ciudad.

Llegamos justo a la vez que otro taxi, del que se baja el muchacho que me había ayudado a recuperar mi sombrero. De haberlo sabido habríamos podido compartir el taxi.

Entramos todos en tropel. Nos recibe Valentina, una chica bajita, toda sonrisas y amabilidad, que nos informa que nuestras habitaciones no están listas todavía (normal: vuelo temprano, allí es una hora menos, son como las diez de la mañana y el registro se debería hacer a partir de las 13 horas).


Nos ofrece café, te, lo que queramos, invitándonos a esperar en el saloncito de la casa. Llueve, de modo que, mientras podemos librarnos de nuestras mochilas y prepararnos para pasear bajo el agua, esperamos, cómodos y tranquilos.

Finalmente, sin un mal gesto ni una queja por lo temprano de nuestra llegada, nos entregan la llave de la habitación, donde nos preparamos para un largo paseo en la primavera de Irlanda.

 

Nuestra primera parada es un monumento relativamente desconocido a la principal celebridad científica de la Universidad de Cork: la casa donde vivió el matemático George Boole. Ya sabíamos que es un edificio tristemente olvidado en el que una pequeña placa en la puerta recuerda que allí vivió un pensador sin el cual, probablemente nuestro mundo no sería el que es actualmente.

 

Y efectivamente, sigue siendo un lugar no muy conocido. El edificio está siendo reformado.
 

Cruzamos el otro brazo del rio Lee, en dirección al barrio de Shandon. Llueve por todas partes, de manera que decidimos dirigirnos a un pub que nos había recomendado nuestro taxista-guía, el Sin é.


Resulta ser un lugar con ese encanto que logran los pubs en Irlanda. Gente amable a más no poder, una selección musical exquisita al volumen perfecto para ambientar sin matar una conversación, una cerveza excelente… e irlandeses. 


Gente, lo repetimos, amable a rabiar que se interesa por nosotros, nos sonríe, nos pregunta, nos aconseja… Pasamos un par de horas sentados, degustando cervezas, entrando en calor, secando nuestras ropas. Pero en el Sin é no tienen cocina, no dan de comer y va siendo la hora de meternos algo sólido entre pecho y espalda.

 

Hemos oído hablar de un lugar interesante: la farmacia de Arthur Maynee. Un pub que se abre en lo que durante 120 años fue una farmacia. Está cerca, unos diez minutos a pie (en Cork todo está cerca. Como mucho a media hora andando), así que nos abrochamos los impermeables, nos calamos el sombrero, abrimos el paraguas, salimos a la calle, cruzamos el río hacia el centro y nos plantamos a comer en el pub. La comida está buena (somos españoles, nuestro estándar es muy alto) a un precio razonable y, cómo no, hay cerveza, esas pintas de Guinness que los irlandeses han regalado al mundo. 

Pasamos el rato de forma plácida, secándonos de nuevo y comiendo. Nos llama la atención lo jóvenes que son las gentes que vemos trabajando, en tiendas, en pubs. Se ven muchos niños por todas partes y personas muy jóvenes.

 


Después de comer, volvemos a pasear, cruzando el río (aprovechando un respiro en el viento) y vamos a visitar la catedral de San Finn Barr. Es uno de los puntos de referencia de Cork. Su aguja es visible desde casi cualquier lado. Es una preciosidad neogótica, anglicana. En el año 2015 construyeron un laberinto de grava en medio de sus jardines, que merece la pena visitar y recorrer. Desde allí se tiene una bonita vista de la parte baja de la ciudad. 

Recorremos las calles mojadas de la tarde soñolienta. 

Descubriremos que todos los comercios cierran sobre las seis de la tarde. Nosotros estamos algo cansados, mojados, ateridos y decidimos ir a la habitación a cambiarnos de ropa, cenar algo y descansar. 

Shandon House es muy íntima, tranquila, silenciosa. Realmente cálida, muy confortable. Nos han dado una habitación abuhardillada bonita y agradable. El cansancio nos vence. Arrullados por la lluvia constante nos quedamos definitivamente dormidos.

 

15 de abril.

 

El día vuelve a amanecer muy lluvioso, con mucho viento. Valentina nos ofrece un espléndido desayuno irlandés. Decido probar el porridge, cosa que nunca había hecho. Lo encuentro delicioso, suave, parecido al muesli, con frutas secas y miel. Calorías que nos harán falta para pasar el día. 

Ya hemos comentado que después nos enteraremos de que se trata de una alerta naranja por viento y lluvia.

No hemos venido a quedarnos encerrados en casa, de modo que, aunque suspendemos de momento la decisión de hacer alguna excursión en coche por los alrededores, salimos a la calle, pertrechados de paraguas y capas de ropa, a recorrer algunos lugares interesantes de Cork.


Siguiendo una ruta por los terrenos de la universidad situados a la orilla del río Lee, nos dirigimos hacia la antigua prisión de Cork (Cork City Gaol). 

Llueve, no sé si lo hemos comentado antes.

El edificio está muy bien arreglado y constituye una visita entretenida y fascinante. La antigua prisión, que después sería sede de una emisora de radio, contiene un museo de la radio y una exposición muy lograda sobre el funcionamiento del sistema de prisiones en el siglo XIX.


Sin prisas, la visita da perfectamente para un par de horas. Si el día acompaña, merece la pena dejar pasar un tiempo en los jardines.

Cuando por fin salimos de la cárcel, llueve intensamente.

 

Decidimos arriesgarnos, pertrechados con un estupendísimo paraguas de repuesto comprado en la tienda de regalos del museo, y ponemos rumbo hacia la entrada al barrio de Shandon. 

 

Pero no me lo puedo creer, el vendaval nos azota por todas partes, destruye mi paraguas, me arrebata el sombrero que va a parar a la corriente de agua que corre por la calzada, nos empapa de arriba a abajo. Decidimos refugiarnos en el primer pub que encontramos,  que resulta ser una cervecería: la Franciscan Well Brevery. 


Está cerrada, pero viendo nuestro calamitoso estado (ya hemos dicho lo amables que son), nos permiten entrar a calentarnos mientras abren.

 

Nos vamos secando con la ayuda de una pizza y un muestrario de las cervezas que elaboran. Deliciosas. Ahora me declaro fan de su excelente Rebel Red.

 

Más tarde, aunque continúa lloviendo, decidimos encaminar nuestros pasos rumbo al centro para conocer y visitar el English Market. La ciudad es, en verdad, muy manejable y es sencillo orientarse en ella y acudir a todos los sitios de interés caminando. 


El mercado inglés es un recinto cerrado, muy similar a otros mercados de cualquier parte del mundo, aunque son remarcables las exquisiteces (sobre todo los quesos irlandeses) que puede uno probar y adquirir. 
Está rodeada de pequeños restaurantes y, en nuestro caso (visto el temporal), presenta la notable ventaja de que está todo bajo cubierta y puede uno pasear de acá para allá sin mojarse. Si tiene uno suerte, puede tomarse algo en el Farmgate Café, que está siempre lleno de gente.

 

Un poco más tarde, decidimos ir de nuevo a sentarnos un poco, entrar en calor y seguir probando las cervezas irlandesas (pasión y vicio a la par). Para ello acudimos a un pub cercano The Thomond Bar, un sitio amplio y confortable, de amable trato, íntegramente dedicado al rugby, al parecer; donde volvemos a comer algo, regado con unas pintas mientras se secan nuestras ropas.


No es tarde, pero el cielo está plomizo y oscuro, de momento; así que decidimos aprovechar una pausa en la lluvia para regresar paseando hacia nuestra casa. Callejeamos. Vamos buscando la orilla del río, que es nuestra referencia y caminamos tranquilamente hasta refugiarnos, de nuevo, en la cálida comodidad de nuestra habitación. Será hasta la mañana siguiente, en la que la previsión del tiempo nos anuncia un respiro.

 

16 de abril.

 

Efectivamente, el día amanece nublado, pero sin lluvia ni viento, un tímido sol se intenta abrir camino entre las nubes. Así que decidimos hacer una de nuestras excursiones, tras el espectacular desayuno irlandés (salchichas, judías, jamón, huevo y unas enormes tazas de café). Con nuestro picnic preparado, caminamos hacia la estación de autobuses, desde la que cogemos uno de los autobuses Eireann Bus que cada hora salen hacia Kinsale, que pasan por el aeropuerto y que tardan unos cuarenta minutos en hacer el recorrido. Antes, hacemos una paradita en los grandes almacenes Debenham’s.

 

Kinsale resulta ser un pueblo chiquitín, acurrucado junto a la gran ría que forma el río Bandon. Huele a mar. Tiene un puerto deportivo donde se agolpan veleros y barcas de recreo.


Han tenido el acierto de pintar las fachadas de las casas de colores alegres y muy vivos, lo que crea un ambiente encantador, simpático, muy agradable, como de cuento. 

El autobús para justo donde está la Oficina de Turismo, donde con la proverbial amabilidad nos atienden e informan. 
Hay cuatro grandes rutas a pie que se pueden hacer en el pueblo y decidimos hacer la que nos llevará a visitar el Fuerte Charles, un estupendo ejemplo de la arquitectura militar del siglo XVIII que junto al fuerte James cierra la entrada a la ría. 

 

Recorremos el sendero que nos lleva por Scilly y que pasa por The Spaniard Inn, una posada, en una curva del camino, que resulta ser uno de los ejemplos más chulos que hemos visto de pub: su fuego encendido, su amabilidad, lo cómodos y acogedores que son, dan ganas de quedarse sentado dentro a pasar el resto del día. 
Poco a poco, simplemente leyendo placas y preguntando, nos vamos enterando de la enorme importancia que para esta parte de Irlanda tiene nuestro país: The Spaniard (El Español que da nombre al pub) no es otro que D. Juan de Aquila, enviado de Felipe III, rey de España para colaborar con los irlandeses en su lucha por la independencia de los británicos. 

Un triste episodio -uno de tantos- en el que tropas españolas mal equipadas son enviadas a luchar contra fuerzas superiores y más organizadas. La batalla de Kinsale fue una derrota, pero es una derrota que los irlandeses recuerdan (tres mil novecientos soldados se enfrentaron durante tres meses a una fuerza superior de más de diez mil) y con la que homenajean a nuestros compatriotas que les ayudaron. 

Nosotros en España no tenemos ni idea de que eso sucedió. No sólo eso: Juan del Águila fue censurado, detenido e iba a ser juzgado en consejo de guerra por su ejemplar actuación en Irlanda. Únicamente le salvó que murió antes de que llegara la fecha de su juicio. 

Llama la atención el cariño y el orgullo con el que los irlandeses recuerdan este punto de su (y nuestra) historia.


El paseo es muy hermoso y la visita al fuerte Charles realmente merece la pena. Se pueden pasar perfectamente un par de horas recorriendo las ruinas y visitando las exposiciones que hay allí. Tenemos la suerte de que aparece un día delicioso, que aprovechamos para hacer un pequeño picnic en el sendero junto al mar en el camino de vuelta desde el fuerte.

Una vez llegamos al pueblo de nuevo, nos dirigimos a visitar la iglesia de San Multose, en la que destaca su torre normanda y su portada románica irlandesa del siglo XII. Llama la atención su cementerio, de gran belleza, muy fotogénico, en el que duermen algunas de las víctimas del Lusitania. Tomamos café y pastel delante de la iglesia en un lugar llamado Cosy Café (lo cual nos hace gracia porque ese es el nombre que tenía mi colega canina que en gloria esté). Poco más adelante, encontramos un lugar llamado Sam Café (lo cual también tiene su gracia, pues Sam es como se llama nuestro compañero de cuatro patas).


Dedicamos parte de la tarde a callejear y a hacer fotos y finalmente, cogemos el autobús de vuelta a Cork. 

No logro acostumbrarme a esa forma de entrar en las rotondas, en dirección contraria a la que todas las fibras de mi cuerpo gritan que hay que entrar…

 

Cuando por fin llegamos a Cork, optamos por buscar un buen lugar en el que cenar y, a ser posible, poder escuchar en vivo y en directo buena música irlandesa. Nos dirigimos hacia The Oliver Plunkett en la calle del mismo nombre.


Es un lugar bastante grande, muy conocido, que suele llenarse, pero nosotros hemos llegado pronto, incluso para los estándares locales, de modo que nos sentamos muy en primera fila, y cenamos, acompañados de música y baile en directo. Una vez más con un par de pintas de Guinness.

Jo. ¿Qué más podemos pedir? Más tarde, tranquilamente, regresamos a nuestra habitación donde, por fin, descansamos nuestros pies.

 

17 de abril

 

En principio, parece que, un día más, vamos a tener un poco de suerte con el tiempo. No es que sea un día primaveral, pero, desde luego, comparado con el vendaval de nuestros dos primeros días, todo apunta a que vamos a tener un día muy agradable.

De modo que, retomando uno de nuestros planes iniciales, decidimos hacer una excursión a Cobh, en la costa. Para ello, vamos a aprovechar uno de los trenes de cercanías que salen cada hora desde la estación de tren.


Nos damos un paseo (una media hora caminando) hasta la estación. El billete tiene un precio razonable y la verdad, nos gusta bastante viajar en tren y conocer de primera mano a la gente de cada país. De hecho apenas hay turistas en el tren: un par de chicas hablan en francés. 

Gente, niños -nos asombra la cantidad de niños que hay por todas partes y, ya lo hemos dicho, lo joven que es la gente que encontramos en casi todos los puestos de trabajo (desde las tiendas y los pubs hasta el personal de la estación y los trenes)-.

 

El tren atraviesa las marismas y los campos del Lough Mahon (unas vistas que uno piensa que sería bonito volver a ver con más tiempo, por su riqueza en aves y el espectáculo cambiante de las mareas) y llega en poco más de media hora a Cobh, justo junto al edificio del Cobh Heritage Center.


Nuestro motivo para venir a Cobh es una tontería en el fondo.


Quiero conocer un lugar concreto: la esquina entre la calle Rahilly y la plaza Pearse en la que, después de incluirlo en uno de mis cuentos de Papá Conejo como el lugar exacto donde tiene la salida a Irlanda un local que solo existe en mi fantasía; descubrí que, de verdad, allí se encuentra la salida de un pub. El local parece abandonado (ni sé desde hace cuantos años).


Objetivo cumplido: nos hacemos las fotos correspondientes, ayudados por un amable (amables, siempre amables, ya lo hemos dicho) albañil que se ofrece a fotografiarnos, aunque supongo que no tendría claro el porqué esa pareja se empeñaba en hacerse fotos en la puerta de un local abandonado.


Después encaminamos nuestros pasos hacia la Catedral de San Colman: la catedral neogótica que domina la ciudad desde sus alturas. 

Allí, otra vez más, un amable señor, al verme interesado, se ofrece a explicarme todos los detalles sobre la obra y las curiosidades del lugar. Me habla de la dificultad de las tallas en la piedra de las fachadas, en el dinero que había en Cobh (la única población que crecía en la época de la hambruna, por el negocio del puerto desde el que emigraban tantísimas personas), en los túneles de la antigua comisaría que quedaron al descubierto al hacer la explanada donde se alza la catedral…


Más tarde, reservamos nuestra visita en Titanic Experience, una exposición interactiva que se alza donde estaban las oficinas de la White Star y el punto (aún existe el muelle) desde el que se embarcaron los últimos pasajeros que subieron (y algunos que bajaron) al Titanic.

 

Nos dan turno para entrar unos cuarenta y cinco minutos después, de manera que damos un paseo, tomamos un café en un local cercano (Coffe Cove, creo recordar), recorremos un poco la orilla del mar, jugamos a dar de comer a las grajillas y finalmente, entramos en la exhibición. La misma, un poco breve para mi gusto, está muy bien diseñada, muy interactiva, muy interesante. Nos gusta el planteamiento y la recomendamos, merece la pena. No hay problema con el idioma, que está perfectamente sincronizado con el recorrido guiado.

 

Un poco más de paseo al terminar nuestra visita nos lleva al Cobh Heritage Center, una exposición que incluye mucha información sobre los emigrantes que pisaron Irlanda por última vez desde esos muelles, simbolizados en la estatua dedicada a Annie Moore la primera persona que entró y fue registrada en la isla de Ellis al llegar a los EEUU. 

Los visitantes americanos (sobre todo) pueden encontrar información sobre sus ancestros y el origen de sus apellidos. Y también hay una tienda de regalos, recuerdos y detalles.

Finalmente nos dirigimos a la estación donde llegamos justo cuando el tren está a punto de salir. Cometemos un error: nos subimos corriendo sin sacar billete, error que (como me informan con toda amabilidad al llegar) podría habernos costado una multa de hasta 100 euros. Por suerte, no pasa nada; repito así de buena gente es esta gente. Abonamos el precio de los billetes al llegar (y ya tenemos otro recuerdo) y se acabó. 


Nueva parada en Debenham’s y otra en Claude Pierlot, buscando algo de ropa que no encontramos.



Volvemos a visitar el English Market y por el camino de vuelta a nuestra casa, hacemos una parada en un lugar llamado Rearden’s a tomar otra de esas fabulosas pintas, comer algo (una pizza vegetariana) y reposar nuestras cansadas piernas.

Tenemos la intención, después, de visitar un poco, dando un paseo, el campus de la Universidad, que no conocemos y eso que lo tenemos justo al lado de casa.


Dedicamos el resto de lo que nos queda de tarde a dar una vuelta por los terrenos de la Universidad, haciendo fotos y dejándonos inundar por la tranquilidad y la serena belleza de los antiguos edificios y del campus.

 

Mañana tenemos que dejar el hotel muy temprano (como a las cinco de la mañana, porque nuestro avión sale pronto). Hemos pedido a Valentina que nos pida por favor un taxi (sin problema: nos va a recoger en la puerta y nos va a llevar al aeropuerto por unos razonables nueve euros por barba). Volvemos al hotel para recoger nuestras cosas, dejarlo todo listo y descansar un poco. Es pronto, pero empezamos a despedirnos de Cork.

 

18 de abril

 

A las cinco menos diez de la mañana el taxi nos recoge en la puerta y nos lleva al Aeropuerto, desde donde salimos en un vuelo de tres horas y media hasta Alicante, donde recuperamos la hora que habíamos ganado al ir y damos por finalizado nuestro viaje. 

Aurora tiene que coger un tren para Albacete y yo debo volver a Mojácar a salvar a mi sobrino de su improvisado y provisional trabajo de cuidador canino. 


Por cierto, llueve todo el camino. Todo el camino. Y yo que creía que tendríamos nuestro sol a raudales.

 

Mecachis…

 

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